lunes, 17 de octubre de 2011

Uno y el universo

Uno y el universo

A menudo llega el tema cerca de mis creencias. Por lo regular, bien sea leyendo Nada o Todos los hombres son mortales, mis alumnos vuelven a la carga con la misma pregunta, ¿usted en qué cree? Es una pregunta difícil, no tanto por la claridad del tema sino por los matices en los que se haya sumergido. Comienzo aclarando que descreo de las religiones desde que en mis lejanos 19 o 20 años leí El héroe de las mil caras y confirmé mi idea acerca de los dioses como manifestaciones ilimitadas de lo que el ser humano era. Así sucedía cuando el hombre apenas diferenciaba una estrella de una llama, así sucede hoy cuando el Islam, los Judíos y los seguidores del Cristo siguen pretendiendo tener cada quien la razón. No descreo empero de muchos religiosos. Si bien es cierto que muchos curas han cometido blasfemias y pecados enormes contra la humanidad –Josémaría Escriva de Balaguer, verbigracia- hay actos bellísimos de verdaderos creyentes, quienes de alguna manera redimen la imagen que tengo de la inútil estirpe humana. No creo en un dios como ellos lo creen, pero no me atrevo a negar lo que desconozco.

Lo que principalmente me molesta de la creencia de los otros, suele ser su arrogancia. Creen saber que piensa y que quiere su dios. No importa que religión sea, son pocos los adeptos que intentan ver la verdad en las palabras de los otros.

Decidí descreer el día en que fui consciente que no podía saber nada de la naturaleza de lo inmanente. Decidí descreer en los dioses pero no en el universo. ¿Hay algo más grande que yo? Por supuesto que lo hay, y no me refiero a la magnitud, me refiero a lo trascendente. ¿Puedo saber qué es lo que pretende eso que está más allá de mí? No. Lo gracioso es que ni siquiera puedo saber si pretende algo. En lo que a mí respecta, eso es y con eso debe bastarme. Lo que es no necesita de mis palabras ni mis cánticos para amarme, puesto que el amor es una pasión humana y hay mucho misterios más allá del ser humano. Hasta hace poco creímos que la vida sólo podía basarse en el carbono y el universo se ha encargado de desmentirnos.

Más aún sin embargo, la gran tara de la religiones, a mi parecer, es que se ocupan demasiado de saber qué piensan y hacen sus dioses, en lugar de ocuparse en saber qué piensan y hacen los hombres. Las religiones pierden demasiado tiempo buscando saber que pueden hacer sus deidades por nosotros, en lugar de ocuparse del otro que está a su lado.

Quizás la metáfora más bella acerca de la búsqueda de la verdad se halla en la parábola divulgada ampliamente por Borges, hablo de la historia del Simurgh. Según recuerdo que relata Borges, se trata de treinta pájaros que deciden emprender un viaje buscando al legendario Simurgh, un ave maravillosa de la que todos hablan y nadie ha visto. Al final descubren que ellos son el Simurgh.

Creo en Uno, creo en el Universo.

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