miércoles, 24 de diciembre de 2008

Navidad

Mi padre ha venido a visitarnos. Parece que me ha perdonado un poco. Algo es algo al menos, eso es lo que me digo para resignarme a esa frialdad. Ha traído un carro de control remoto para el niño (para cuando esté más crecidito, ha dicho), una pijama para mi mujer y una pipa para mi.
Cuando tenía 14 años (hace como un millar de años) hice un cuento acerca de una mala navidad. Una historia lugubre de fantasmas y muertes, una historia trágica y dolorosa. En resumen, una historia adolescente.
Hoy, tanta agua ha corrido debajo del puente, que lo que quisiera es todo lo contrario. Me encantaría mirar a la calle desde la comodidad de mi ventana, repatungado en mi butaca, y ver una navidad perfecta, como la de las películas de los gringos o de cualquier otra nacionalidad, una navidad de una suave lluvia pertinaz, o una nevada donde quepa. quisiera ua navidad perfecta, al calor del hogar y de la familia. Sin embargo, no es eso lo que veo tras los cristales de mi ventana. La lluvia arrecia y con ellos miles mueren y las cosechas se van a la mierda y los hijoputas políticos o brazos armados (cualquiera sea su puto origen) buscando sacar provecho del dolor de otros tantos.
No le enseñare eso a Samuel sin embargo. Le enseñare que el niño Dios existe (aunque yo no crea en él), le enseñare que alguna causa hay para lo que sucede en esta tierra (claro, que somos unas bestias asquerosas -pero eso lo descubrira él después), le enseñare que en diciembre la paz y la armonía se apoderan del mundo, aunque todos sepamos que es una mentira más, como tantas en esta Tierra de Muertos.