miércoles, 12 de noviembre de 2008

Visita de A.

Hoy ha llegado A. Por supuesto no era del todo una sorpresa. A. es amigo de Isabel desde su época de universidad.
Ha llegado cargado con la seria intención de embriagarnos no sólo a Isabel y a mí, su macabro plan incluía a Samuel. Pos supuesto todo quedo en una chanza y no más. Por supuesto…
Isabel pronto nos dejo, la pobre está extenuada y aprovechando un respiro de Samuel, nos dejo por pies no sin antes hacernos prometer que no nos embarcaríamos en una de nuestras disputas.
A. es profesor de literatura y quiere ser escritor. Ha estudiado los diferentes períodos de la literatura y los defiende desde el punto de vista de su efectismo.
En los últimos meses se ha enamorado de lo que denomina realismo sucio y ha decidido condenar cualquier cosa que no se apegue a esa visión del mundo.
Yo he acabado de leer “Tierras de Cristal” de Alessandro Baricco y, por supuesto, lo único que he podido hacer es discutir. La verdad no termino de entender porque me he acalorado tanto. Entiendo la posición acerca de la economía acerca de la hora de escribir pero la imposición del formato de escritura anglosajón me parece arbitraria y ridícula desde que en la universidad pretendieron imponerlo. Párrafos cortos me exigían los profesores, nada de oraciones subordinadas, intente usar el mínimo de comos y puntos y comas, sea económico y directo.
La verdad de haber querido ser económico y directo habría estudiado contabilidad o finanzas. La idea de esa escritura telegráfica y, de alguna manera, limpia me parece detestable. Si existe el lenguaje porque voy a tirarlo a la caneca de la basura, como voy a renunciar, en aras de una limpieza absurda, a cosas como las que dice Baricco:
En los trenes, para salvarse, se leía.
Linimento perfecto. La fija exactitud de la escritura como sutura de un terror. El ojo que encuentra en las minúsculas curvaturas descritas por las líneas el nítido atajo para huir del indistinto flujo de imágenes impuesto por la ventanilla. En las estaciones, vendían las lámparas pertinentes, lámparas de lectura. Se sostenían con una mano, describían un íntimo cono de luz para enfocar la página abierta. Hay que imaginárselo. Un tren en carrera furibunda sobre dos láminas de hierro, y dentro del tren un rincón de de mágica inmovilidad recortado minuciosamente por el compás de una llamita. La velocidad del tren y la fijeza del libro iluminado. La eternamente cambiante multiplicidad del mundo alrededor y el pétreo microcosmos de un ojo que lee. Como un núcleo de silencio en el corazón de una detonación.”

Cuando le leí esto a A. sólo se me quedo mirando y dijo, “A eso precisamente me refiero, demasiadas palabras inútiles, demasiadas palabras que no dicen nada”.
“La literatura no dice particularmente nada”, tercie yo, pero no, A. seguía incólume. Ambos nos acalorábamos cada vez más hasta que salió Isabel furibunda y sin contemplaciones nos puso de patitas en la calle.
Al final terminamos en un bar hablando de lo complicadas que son las mujeres. Más palabras inútiles que se convertirán en algún omento en literatura. Sólo que espero que sea de esa que no teme jugar con el lenguaje, que no se sienta contenta escribiendo sólo en consonantes, que se detenga en las descripción de las cascadas de luces y que no diga tan sólo, “Dos hombres tomando en un bar. Hablaban de mujeres.”
El idioma castellano es increíblemente rico en expresiones que no deberían ser tiradas por seguir imposiciones colonizadoras.

1 comentarios:

Marta Rengifo dijo...

Nunca te creí tan patriota