sábado, 10 de enero de 2009

Preludio de la novela.

Aunque la novela aún no tiene nombre. He querido dejar aquí las líneas que constituyen el preludio a la novela. Y por supuesto, se esperan comentarios, muchos comentarios. Ja Ja.

Biografía de Sueños.

Comienza aquí, en este cuarto de hospital.
El hombre en la cama parece hallarse en el centro de una telaraña, tantos son los cables y mangueras que se hunden en su cuerpo. El hombre podría llamarse Sísifo. Cada vez que toma aire sube la cuesta infinita con la roca gigantesca, áspera, pesada e inclemente. Cada vez que expira es la roca que se suelta boca abajo y que una vez más tiene que llevar a la cima. Inspira. No se aferra a la vida. Quiere soltarse, quiere irse, quiere dejar ir la roca, reducirla a pedazos, a polvo para aspirarla y ahogarse de una vez por todas pero las máquinas no lo dejan. Expira. Si tuviera fuerzas le pediría al hombre del sillón que lo desconectase, que lo dejase ir. Pero las únicas fuerzas que tiene se le van en subir la roca a la cima y luego en ver como la roca se desliza cuesta abajo otra vez. Inspira. Expira.
El hombre en el asiento sabe de su dolor pero no sabe que hacer. Ama demasiado a su padre para dejar que se vaya. El hombre en el asiento también libra su lucha. Los parpados le pesan, se cierran contra su voluntad. Sus ojos están rojos, irritados. Hunde las uñas en sus palmas obligándose a permanecer despierto como si de su vigilia dependiese la vida de su padre. Los párpados se c i e r r a n.
El hombre en el sillón se muerde la lengua, abre los ojos. Se fija en un árbol que comienza a nacer en medio de la habitación. Escucha como crece, como va rompiendo el piso, siente las raíces que se hunden en la tierra con tal vigor que una tubería salta en pedazos haciendo surgir un surtidor de agua que lo moja todo. El árbol florece y da frutos y los frutos caen a la tierra y de repente son doscientos árboles, trescientos árboles. Un bosque entero surge en la habitación donde su padre pugna desde hace dos semanas por dejar la vida atrás.
Mario, escucha que lo llama su padre, pero su padre ya no está en la cama, sobre la cama sólo hay una sonrisa que se desvanece con lentitud. El bosque se lo traga todo y Mario comienza a caminar llamando a gritos a su padre. Siente una mirada gris que lo envuelve y lo atraviesa a un tiempo. Es la misma mirada que lo vigila en sus sueños. Mario corre buscando una salida pero el bosque no termina nunca. Siente un dolor terrible que nace en la punta de su lengua y en las palmas de sus manos. El dolor se apodera de sus piernas, de su torso, de sus manos, petrifica sus pulmones, retuerce su cerebro. Sabe que va a morir en cualquier momento. No se detiene. Mario ve al pie de un árbol lo que parece ser un libro con letras doradas en su portada. Son letras antiguas pero Mario comienza a descifrarlas. Tar… Siente ira en la mirada gris que lo envuelve. A pesar del dolor se obliga a correr más rápido. El aire que respira es espeso, sofocante… ma… Mario escucha un pitido agudo que hace sangrar sus oídos. El pitido se hace más agudo, hace estallar algo en su vientre, en su cabeza, en sus labios, en sus genitales, el pitido lo reclama, lo hace suyo, lo arranca del sueño, el bosque se deshace, se vuelve transparente.
Mario abre los ojos sorprendido. Siente el sabor de la sangre en su boca. Se levanta. Mira las líneas verdes y planas en el aparato que vela por la vida de su padre. No siente nada ni tan siquiera la mano del médico que lo lanza de nuevo al sillón mientras brama ordenes inútiles. Mario sólo tiene ojos para la tenue sonrisa en el rostro de su padre, la sonrisa que se le ha dibujado al ver que la roca se ha ido, se ha ido para siempre rodando por las colinas del infierno.

1 comentarios:

Marta Rengifo dijo...

Me parece un magnífico comienzo. Si me permites utilizar la palabra: Apoteósico.