sábado, 9 de febrero de 2019

LA LUNA Y EL SOL (continuación)


CANTO II: La presa
Ilustración: Stephanie Mun Law

Se llamaba Keyza, estaba sola y lo había perdido todo. Durante los últimos meses creía haber encontrado un refugio, sino un hogar, y ahora lo había perdido todo. Su raza no era especialmente afecta a contar el tiempo, así que si alguien le hubiera preguntado desde hacía cuanto huía habría respondido, desde siempre. Desde antes de su nacimiento habría sido perseguida, violada, esclavizada, solo por el hecho de ser lo que era. Había aprendido que la mejor manera de evitar cualquier dolor era no apegarse y estar sola. El viento acariciaba sus alas y se llevaba sus lágrimas. Se había desengañado una vez más, había guardado esperanzas, y ahora, con todo lo demás, como todo lo demás, las había perdido.

     Había sido una tonta, por supuesto, había pensado que su perseguidor se había dado por vencido. Así que al pasar de los días y luego las semanas, llegó a pensar que al fin lo había perdido, que al fin podría tener un hogar, detenerse, descansar. Luego, después de los días y las semanas en paz escuchó la motocicleta, sintió su presencia invadir la paz de su hogar  y entonces escapó. Quebró el domo de cristal sobre ella y buscó perderse en la noche, dejar su aroma en el aire, su frustración en el pasado, para lograr una sola cosa, sobrevivir.  

    Aterrizó en la mitad de una carretera desolada. Caminó descalza, aterida de frío hasta que encontró una manta raída que se puso encima cubriendo sus alas. Entonces se arriesgó a hacer autostop en la madrugada, y así,  en un camión ruinoso ingresó a Kalí.

     Kalí era la ciudad, una tierra de nadie distribuida en diversas Zonas de violencia que alguna vez fueron enseñoreadas por los Hijos del Neón, y ahora no eran más que distritos dispersos donde solo bandas nómadas trasegaban. Hacía mucho tiempo había dejado de ser una ciudad de cuidado para convertirse en un fantasma de sí misma. En aquellos tiempos, a sus propios ojos Kalí era una sombra. Y así, con sus propios pies, Keyza ingresó en la oscuridad.

     Con el abrigo cubriendo sus alas y su cuerpo podía pasar por uno de ellos. Al menos, claro, mientras tuviera cuidado y guardara las distancias. Por el momento se conformaría con un poco de calor. Con ello en mente se dirigió hacia un local de música estridente y mucho humo, un lugar donde camuflarse, descansar por un momento, planear su siguiente movimiento. Al menos claro, si el hombre en la barra no la estuviera convirtiendo en su próximo blanco.

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