viernes, 15 de febrero de 2019

LA LUNA Y EL SOL (Continuación)


CANTO III: El cazador


     
Andor siguió desde su motocicleta el mapa de las corrientes de aire. La mayoría de ellas, o al menos las más fuertes, las más estables, se dirigían hacia Kalí. Ahogó una sonrisa de triunfo. Aunque no era la primera vez que se dirigía a Kalí, sí era la primera vez que lo hacía por una buena razón. Si estaba en lo correcto, y estaba seguro de estarlo, la gifty intentaría confundirlo ocultando su olor. Tal vez intentaría hacerse pasar por un ser humano, y en esta ocasión había dejado atrás todo aquello que le hubiera permitido emplear un disfraz efectivo. Al tomarla de sorpresa solo había podido escapar con aquello que tuviera puesto. No habría dalia silvestre ni albahaca en su camino. Si era lista, y a él le constaba que podía serlo, buscaría camuflarse en medio de alguna tribu de mecánicos o en alguna Zona de violencia femenina. Con todo, no las tenía consigo, debía ser cuidadosa, pues había algo que Kalí tenía en común con Andor, no toleraban ninguna Gifty. Kalí había sido el hogar, orgulloso, de Skin, el primer cazador, el glorioso hijo del Neón. 

     La historia de la caza, acota entonces Bedoya (2137), es un tema propio de las mitologías posteriores al surgimiento de los gifty y a las luchas de pandillas propias de finales del siglo XXI. En ellas, se entrelaza, por lo general, un héroe masculino que entrelaza su destino con el de una figura alada, por tres temas míticos y específicos: envidia, desengaño o siguiendo el mandato de Eyanael. El resultado era, por supuesto, un ejemplo de los últimos estertores del heteropatriarcado opresor, donde la figura del gran macho dominante se alzaba para subyugar a la trágica fémina con alas que solía ser destruida en el proceso. Estas formas míticas, por supuesto, recogieron pronta y brutalmente, el genocidio del pueblo gifty, contra el que prontamente la UE se declaró en contra.

     Por supuesto, aunque el tema parece similar, La leyenda de Andor y Keyza es una excepción.

     Cuando Andor llegó a la ciudad se dirigió de forma instintiva a los cotos de caza de los suburbios para escuchar a los lugareños. Los giftys se habían hecho cuidadosos con los años y su incursión ya no era común en las ciudades, por tanto, si alguna situación extraña se hubiese presentado, sería el primer lugar donde escuchara algo. No fue en la primera taberna de mala muerte, o en la segunda en la escuchó algo; en la tercera se tomó un maistock que amenazó con volarle la cabeza, y en el cuarto vio a una mujer que se quedó mirándole con fijeza a su vez. Fue entonces cuando escuchó al fanfarrón. (p. 176)

     Vestía a la antigua usanza, y de seguro había heredado el oficio de uno de sus padres. Sin embargo, su apariencia enclenque y el sobretodo cuyo faldón arrastraba, lo delataba como un aficionado, como un niñato, ni siquiera un aprendiz, más bien un advenedizo, un usurpador del cargo. Quizá por eso, ella se hubiera salvado.      

     El aprendiz, se así se le podía llamar, había observado que la manta colgaba de su espalda en un ángulo extraño, se acercó a ella, y con rapidez le arrebató la manta revelando ante todos las alas polvorientas que se abrieron de inmediato en posición defensiva. La gifty era rápida por supuesto, y agresiva, sin duda alguna, pues de inmediato replegó las alas, quebró una botella y se enfrentó con limpieza ante sus adversarios. Un cuchillo voló hacía ella, pero se perdió a su costado, ella respondió lanzando una botella que no erró el blanco. Se escucharon carcajadas, relucieron dientes, navajas salieron de sus bolsillos, de la garganta de la gifty se escapó un graznido. Andor no pudo disimular del todo la sonrisa de orgullo que se le formó cuando escuchó aquello. Lo siguiente fue el caos, y de seguro cada pluma que había caído de sus alas se había descontado en dientes o huesos rotos. Claro, lo que contó el bravucón fue diferente. Él solo se había bastado para acorralarla, de tal forma que ella tuvo que escapar a rastras por el hueco de la chimenea, como una rata, como un extraño Santa Claus. 

     Lo siguiente había sido el vuelo, la silueta alada recortándose contra el cielo, como en las épocas antiguas, como en las épocas de leyenda, y después el vacó, el silencio, como cuando la maravilla ha cesado y el mundo se torna más triste, más oscuro. El final de la historia era celebrado a risotadas, con una libación de maistock a todos, con la celebración del nacimiento de un nuevo cazador, quizá similar al mismísimo Skin.

     La única salida que le quedaba entonces era el mar, pensó Andor. Era el camino más corto hacia la desolación y la soledad. No le importó los maistock que llevaba consigo, con ellos encima Andor subió a su motocicleta y tomó rumbo al mar.

La encontró tirada en la playa. Un pájaro de alas mojadas que no podía con su cuerpo, un pájaro desmadejado, olvidado de sí mismo; un pájaro desvalido, una víctima propiciatoria. Andor bajó de la motocicleta, desenfundó su espada; la mano derecha empuñada sobre las colas de los dragones y las cabezas formando la empuñadura. Un dragón de plata, un dragón de oro, ambos reluciendo bajo la luz del amanecer. Todo estaba cerca de terminar. No percibió respiración en ella, solo el movimiento de sus plumas al ser acariciadas por una suave brisa. Sintió el palpitar de su corazón atronador. El tiempo se ralentizó. Detuvo su mirada en los suaves pómulos, la deslizó por su cuello, por sus cabellos; se detuvo en los párpados cerrados, se fijó por vez primera en lo grande de sus pestañas, en lo perfilado de sus cejas, en el delicado brillo de su piel.


     Cayó de rodillas y se supo vencido. Acunó la cabeza de la gifty y reconoció ante sí mismo que el sentido de su vida había terminado, que ya había alcanzado su única meta, y no podía cumplirla. Clavó la espada en la arena de esa playa anónima y besó la frente de la gifty, sintiendo por vez primera su tenue respiración, el olor de su piel. Después de un tiempo que se le hizo eterno la abandonó tendida ahí sobre la playa. Se montó en su motocicleta y se marchó sin destino alguno.     
(Continuará)

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