La primera vez que vio sacrificios, Keyza aún era muy
niña, de hecho, estaba en su primera o segunda muda de plumas y el mundo aún
todavía para ella un lugar de maravilla y descubrimientos. Lo que no sabía es
que el mundo pudiese ser tan atroz. Los cuerpos de los suyos estaban colgados
de las manos en toscos postes de madera, de cuyo extremo superior sobresalían
cables que mantenían extendidas sus alas. El resultado era una burda
copia de un hombre pájaro en vuelo. Sin embargo, el rostro aún agónico de los
sacrificados desmentía cualquier idea que pudiese estar asociada al goce del
aire.
Se prometió que nunca permitiría que algún otro ser
sufriera ese destino. Veinticinco años después enfrentaría a los suyos para
cumplir su promesa. Veinticinco años después se convertiría en
leyenda al abandonar a los suyos rompiendo el límpido cielo con sus alas,
llevando en sus brazos a un Maklind.
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