Cuando el
colegio explotó todos lo celebramos. Era el fin de la opresión, el fin de todos
nuestros miedos. Ya no habrían más profesores que nos dijeran qué hacer, ni
nuestros padres tendrían donde abandonarnos mientras ellos trabajaban. Para mí
significaba no tener que volver a encontrarme con las malditas que se burlaban
de mi por todo y que me perseguían hasta el baño para reírse de mis uñas, mi
cabello, mi nariz o la altura de mi falda. Para Juan significó que no lo
jodieran más, que lo dejaran hacer nada en paz. Luego nos dimos cuenta de qué
había pasado. Luego comenzaron a sonar las alarmas de bombardeos.
Para Juan
significó tomar las armas. Le tocó llevar su propia espada y decirle adiós a
los suyos desde la ventana trasera de un viejo autobús, irónicamente, escolar.
Para mí no significó mucho más, la verdad, porque las malditas nunca
abandonaron la idea de perseguirme, no descansaron hasta dejarme tirada en una
zanja: sin uñas, sin cabello, sin falda.
2 comentarios:
Hola
Leí los últimos seis. Me gustó solo este. aunque creí que todos eran de tus alumnos.
Lo más díficil fue cambiar de registro. Ah, y no alargarme.
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