Se trataba
del amor. Maldita sea, se trataba del amor. Se lo habían advertido y había pensado
que todo era un juego que ya conocía: unos besos, unos abrazos, una tarde en el
cine, las caricias, quizás un par de tragos, nada comprometedor; solo pasarla
bien. Ningún compromiso, nadie hablaba de más entonces en el colegio, nadie lo
ponía en duda, ni siquiera él mismo. Se empezaba y se terminaba con igual
facilidad. Ahora, sin embargo, sentía que las cosas no funcionaban así, que no
podían funcionar así.
Todo había
empezado en el partido hacía ocho días cuando él le había tirado la pelota con
esa mirada que le era tan propia, y luego en la mitad del juego cuando le había
dado un nalgazo, así sin razón alguna. Luego, sin saber cómo ni porqué se habían
besado y desde entonces se llevaban buscando y evadiendo, sin saber qué hacer. Así
que ahí, en medio de la noche, con una cerveza
en la mano finalmente se armó de valor y marcó su número telefónico. El resto
es historia, como en los cuentos de hadas.
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