La
escuchó en la gris mañana citadina. Escuchó su canto en el corazón de la ciudad,
y su corazón se estrujó de miedo y de dolor. A su alrededor las personas se
encogían de temor y de sorpresa, al igual que él buscaban el origen del canto.
Al menos eso sucedió hasta que vieron como los edificios se comenzaron a
derrumbar en el horizonte. Entonces comenzó la estampida humana. Cien personas;
no, mil personas; no, un millón de personas corriendo todas en la misma
dirección, huyendo del desastre. Un millón de personas empujándose,
pisoteándose, arrastrándose, quebrando huesos a su paso, pasando por encima de
piel y órganos vitales en su frenética búsqueda de escape. Un millón de
personas; no, miles de personas; no, algunos centenares de personas,
convertidas en un solo grito inarticulado, llenas de terror, mientras la ciudad
se derrumbaba tras ellas quedando convertida en un montón de escombros, en un
esqueleto de hormigón y varillas metálicas. Y por encima de todo ello estaba el
canto. Mientras todos se habían arrastrado, empujado y destrozado entre sí;
mientras todos habían buscado escapar; él, como un niño antiguo, seguía
buscando el origen del canto, hasta que vio a la ballena inmensa eclipsar el
sol y mirarlo directamente con sus ojos sabios. No escapó, ¿cómo podría
escapar? Lleno de regocijo recordó las antiguas historias, se hizo a un costado
de la ballena, tomó su aleta y caminó junto a ella reclamando su lugar en la
Tierra.
viernes, 31 de mayo de 2019
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