viernes, 31 de mayo de 2019

EL CANTO



La escuchó en la gris mañana citadina. Escuchó su canto en el corazón de la ciudad, y su corazón se estrujó de miedo y de dolor. A su alrededor las personas se encogían de temor y de sorpresa, al igual que él buscaban el origen del canto. Al menos eso sucedió hasta que vieron como los edificios se comenzaron a derrumbar en el horizonte. Entonces comenzó la estampida humana. Cien personas; no, mil personas; no, un millón de personas corriendo todas en la misma dirección, huyendo del desastre. Un millón de personas empujándose, pisoteándose, arrastrándose, quebrando huesos a su paso, pasando por encima de piel y órganos vitales en su frenética búsqueda de escape. Un millón de personas; no, miles de personas; no, algunos centenares de personas, convertidas en un solo grito inarticulado, llenas de terror, mientras la ciudad se derrumbaba tras ellas quedando convertida en un montón de escombros, en un esqueleto de hormigón y varillas metálicas. Y por encima de todo ello estaba el canto. Mientras todos se habían arrastrado, empujado y destrozado entre sí; mientras todos habían buscado escapar; él, como un niño antiguo, seguía buscando el origen del canto, hasta que vio a la ballena inmensa eclipsar el sol y mirarlo directamente con sus ojos sabios. No escapó, ¿cómo podría escapar? Lleno de regocijo recordó las antiguas historias, se hizo a un costado de la ballena, tomó su aleta y caminó junto a ella reclamando su lugar en la Tierra.  


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