sábado, 4 de mayo de 2019

PÁJAROS


 Cumplió 70 años un mes después de la muerte de su esposa, y decidió irse a un bar porque sentía que las paredes de la casa se burlaban de él. Fue solo con la intención de tomarse una copa en su honor y devolverse; solo quería pasar el tiempo justo en el bar para sentir algo de calor humano antes de volver al silencio de su cuarto. Al silencio de su vida sin ella.

Terminó tomándose una botella. No recordaba hacía cuanto no bebía tanto. Pronto el mundo se desdibujó ante él. Luego recordaría voces fugaces con él, risas que no eran las de su esposa, alguien hurgándole en los bolsillos, la sensación de líquido caliente corriéndole entre las piernas. Luego, de quién sabe cuánto tiempo, abrió los ojos y descubrió una nueva perspectiva de la calle. Muy cerca de su párpado derecho había una colilla aún humeante.  

Intentó pararse sin éxito alguno, hasta que vio un pájaro que se acercaba presuroso. El chiste pertenecía a su esposa – todo lo bueno en su vida pertenecía a ella-. Les llamaba pájaros a todas aquellas criaturas del Señor a las que no podía calificar como hombre o como mujer. Ahora el mundo estaba mucho más lleno de pájaros que cuando él había nacido, por allá en el lejano inicio del siglo.   No sintió miedo cuando el pájaro, plumas y colores por todas partes, le cogió la mano, ni siquiera cuando lo levantó y acercó mucho su rostro a él. Le costó mucho tiempo entender que el pájaro le preguntaba dónde vivía. Le costó mucho más tiempo recordar cómo articular palabras para responderle. No le costó nada recordar que no había nadie preocupado por su ausencia. 
  
Cuando despertó, el sol se hallaba ya en medio del cielo, un vaso con agua y una aspirina estaban sobre su mesa de noche. Le costó mucho tiempo entender por qué había un montón de plumas en la alfombra.

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