martes, 16 de julio de 2019

ELSEWORLDS




Todas las noches cruzo el cielo de la ciudad vestido de murciélago emprendiendo mi cruzada. En una ciudad sin justicia, yo soy la justicia. En una ciudad sin ley, alguien tiene que ser la ley. Poco a poco les he enseñado a los criminales a temer el murciélago en mi pecho, a contener el aliento cuando las sombras sobre sus cabezas parecen moverse. No hay aquí lugar para el mal, y la única oscuridad permitida es la que me esconde. Hay también otros, por supuesto, aquellos que han sido abandonados en la miseria, en las calles y debajo de los puentes. A ellos me acerco en silencio y sin la dureza de mi mirada ni la frialdad en mi voz. Les llevo algo de comida, algunos dulces y les cuento, cuando puedo, las historias de los soldados que han caído a mi lado; les cuento acerca de lo duro de mi soledad. Sé cuando ellos lo entienden, comprendo entonces que tal vez haya oportunidad de tener de nuevo a alguien a mi lado.

El baile se prolonga lo que mis adversarios lo permiten. Les dejo historietas para que sepan de antemano cual es el papel que de ellos espero. Me es indiferente su género, solo espero de ellos obediencia, fortaleza y fe. Solo cuando siento que están preparados los llevo conmigo a la cueva. Les pido que se desnuden y los baño con mis propias manos. Busco acostumbrarlos a la tersura del látex y el cuero. Se estremecen en mis manos, primero de miedo y luego de placer, a medida que se acostumbran a mis manos, a mi cuerpo. Al principio hay gritos y rabia; luego hay resignación y lágrimas. Poco a poco entienden que al margen del dolor, no tienen a nadie más que a mí en su vida, que el lugar más seguro es a mi lado. A veces se quiebran en mis manos como juguetes frágiles, y me prometo a mí mismo que no volverá a suceder, que es la última vez, pero las calles ponen a otro en mi camino.  

El último lo encontré cerca de un circo. Dormía cerca de las jaulas de los monos. Este no tenía a nadie. Nadie que lo extrañara, nadie que lo buscara en ninguna parte. De buena gana recibió mi comida, conversó conmigo, escuchó con avidez mis historias, y me esperaba en las noches. Luego, todo sucedió muy rápido. Él abría mi bragueta, cuando de repente se encendieron un montón de luces rojas y azules, y un  hombre vestido de payaso corrió hacía mí con un arma en la mano. Luego me pusieron esposas y escuché algo de un lugar nuevo especial para mí, el Asilo Arkham. Entendí entonces que en este mundo, el payaso había detenido al murciélago.


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