sábado, 4 de julio de 2020

EL HOMBRE SIN NOMBRE


Huía en su sueño, y en él un dolor lacerante le atravesaba el pecho y lo tumbaba a tierra sin darle oportunidad a levantarse. La escena se repetía ad infinitum como la salmodia de un maniaco hasta que poco a poco fue recuperando su conciencia. 

Al principio percibió solo una cálida humedad que lo mecía con delicadeza. Luego, cuando se decidió a abrir los ojos, se topó con una luz cegadora. No insistió, apretó los parpados y se dejó llevar.

Tiempo después despertó de nuevo. La luna en el cielo se hallaba en cuarto creciente y se encontró abandonado en las riberas de una playa desconocida. Sintió entonces que algo manaba del dolor ardiente inscrito en su pecho. No se sorprendió al constatar el hecho, solo sintió curiosidad, como si la humedad pegajosa que seguía manando desde su interior no tuviera nada de vital. 

Alzó una mano hacia su frente y se detuvo a medio camino. La observó con minuciosa atención, reconociendo los finos y largos dedos, la suavidad del contorno, la fina textura de la piel. Se detuvo, admirando con una apatía exquisita la gota de brillante y espeso líquido rojo que se formaba en el hueco de su mano para luego caer sobre la punta de su nariz y deslizarse en silencio rodeándole los labios. Si se abstuvo de probarla fue por un impulso atávico que le advirtió que hacerlo sería una aberración extrema que a el no le estaba permitida. Pero ¿quién era él? Dejó caer su mano y miró al cielo esperando una respuesta. 

Luego reconocería como angustia la sensación fría y punzante que le hizo apretar los dientes y clavar los dedos en la fina arena de la playa cuando comprendió que no sabía qué ni quién era, que su recuerdo más lejano era el lerdo golpetear del agua alrededor de su cuerpo, que desconocía su historia y propósito. 

El Hombre sin Nombre se irguió lento y pesado por primera vez en esa tierra desconocida y solitaria, intentando controlar su cuerpo rebelde. Finas gotas de rocío comenzaron a caer y lo despojaron del manto de sangre que lo cubría de pies a cabeza, dejándolo tan blanco como las arenas de esa playa de alabastro. Con un instinto que nunca sabría que le era ajeno se volvió hacia el lugar donde el océano le había arrojado para descubrir la forma de su cuerpo tiñendo de sangre la playa. 

Cuando comenzó a caminar no sabía que en ese preciso lugar se originaría su leyenda, cuando hombres errantes encontraron la sangrienta huella de su arribo a la tierra y comentasen el nacimiento de un dios de venganza. 

0 comentarios: