sábado, 11 de julio de 2020

ONIRÍA



     Un árbol gigantesco se alza sin hojas en medio de lo que alguna vez fue un valle. Es un fresno. De sus ramas penden como frutos siniestros cabezas de hombre recién cortadas. Todas tienen estampados en su rostro las huellas de un último grito suplicante. La tierra bebe de la sangre que aún gotea de sus cuellos. Es lo que mantiene viva la tierra, lo que mantiene vivo el árbol y, por ende, lo que sostiene el universo. 

     Son las cabezas de los que alguna vez osaron pedir el conocimiento absoluto y la vida eterna. Sus ojos aún se mueven. Sopla el viento. De repente, todas las miradas convergen en un solo punto. 

     Una figura aun lejana se dirige al encuentro del guardián del árbol, un anciano albino de ojos ciegos y piel apergaminada que viste de harapos incoloros. Sostiene en su espalda un par de alas gigantescas que algún día fueron blancas y que hoy están mohosas, dando habitación a innumerables insectos. Su boca desdentada está oculta por una maraña de pelos que asemeja una barba, unos cabellos ralean en su cabeza, sobre la cual gira incansable una espada flamígera. El anciano en otro tiempo fue llamado Miguel o Gabriel. 

     La figura que se dirige al guardián se halla cubierta de sangre y polvo. En el centro de su pecho hay un agujero que sangra constantemente. La mano derecha de la figura se alza hacia el anciano albino un corazón que aún palpita. El anciano, que tal vez se llame Miguel o Tiresias, abre sorprendido los ojos ciegos. El otro levanta la cabeza, ensaya una sonrisa y enfrenta con sus negros ojos la mirada que busca traspasarlo. 

-                   -Eres…- empieza el guardián.
-                 -Sí – le interrumpe el otro -, el condenado, el errante, tal vez Averashnarus o quizás Caín. 

Las cabezas caen de Ygdrassil. Un trueno rasga el horripilante silencio y se hace por fin la benéfica oscuridad.    

0 comentarios: