sábado, 4 de julio de 2020

ILUSIÓN




“Y comprendo que  es rubia y altiva e inaccesible; porque es
 diferente. Toda relación es imposible. Pertenece a otra raza.”
Jacopo Belbo.

El Hombre Sin Nombre camina a través de una atmósfera densa como fuego líquido. Todo es dorado. Dorado salvaje sobre su cabeza; ardiente dorado bajo sus pies desnudos.  No lo atormenta ni el hambre ni la sed, desconoce los conceptos asociados a esas sensaciones, nadie ha existido para atribuirle esas limitaciones. Su rostro no muestra ninguna emoción, ni tan siquiera hastío a pesar de que ya ha perdido la cuenta del tiempo transcurrido desde que inició su andar implacable.

La monotonía del desierto refleja la monotonía de su alma.

Al cabo de algún tiempo -que el vértigo me impide computar en décadas o siglos- una blanca figura estática se deja apreciar en el horizonte, sus rasgos aún son indistinguibles, pero algo que el Hombre Sin Nombre no se afana en comprender le obliga a acelerar el paso.

A medida que se acerca diferencia el cobrizo tono de la piel, el blanco vestido que la cubre, los rubios cabellos, la exacta medida de su altura, la delicadeza de sus rasgos; lo último que descubre es la luz que anima sus ojos y que sabe a ciencia cierta que él no posee ni poseerá jamás.

Mientras todo esto sucede la mujer -pues de una mujer se trata- juguetea con el extremo del velo, semejante a una dulce sierpe, enlazado en tomo a su cuello.

— Te esperaba —le dice—, no creía que pudieses llegar pero te esperaba.

El Hombre Sin Nombre se maravilla menos del sonido que llega a sus oídos, semejante al canto de las aves que alguna vez ha escuchado, que de la comprensión que ilumina su mente.

—¿Q-quién eres? —logra articular finalmente con voz pastosa.

—No Extraño, si alguna vez llegas a saber mi nombre me perderás —se detiene y luego añade—  Aunque no sé sí quizás para siempre. Pero si quieres puedes llamarme Antora, aunque hay quienes me llaman Umeret. Y luego, —cuando el pesado silencio se hacía casi insoportable para el hombre que había sido llamado Extraño— ¿quieres caminar?.

Son largos los días y las noches en que ambos caminan tomados de la mano. Largos días y noches en que ella le cuenta las historias que animan esa tierra desconocida y salvaje. Historias como la de Andrew Noar, que violó el tabú que regía a su tribu y se vio obligado a perseguir y dar muerte a una Sombra que se hacía a llamar Némesis, la historia del acero que le perteneció y que está esperando su regreso en un sangriento campo de batalla, la historia del deseo que tienen las gentes de que algún día regresen los ángeles de la creación para que todo vuelva a ser bello y bueno. Y mientras ella habla, él calla y reflexiona aprehendiendo las palabras con las que se puede nombrar el mundo. Y mientras él calla, ella ríe con un sonido refrescante que hace menos densa la atmósfera del desierto.

Una noche -ya no importa cual- ella le pide que la abrace pues ya han sido demasiadas los milenios de frío los que ha soportado y necesita algo de calidez que haga que por un instante todo tenga sentido. Así lo hace él, descubriendo con sus manos, por vez primera, la absoluta certeza de un cuerpo -ese cuerpo- entre sus brazos. Mientras una nueva emoción,cuyo nombre no le ha sido revelado por las historias que ella le ha contado, le obliga a estrecharla con más fuerza contra sí.

Al final, exhaustos y ansiosos, ambos se miran a los ojos y antes de que el sueño, el dulcesueño, descienda sobre ellos; él habla sin que ella pueda hacer nada para evitarlo.

- Ya sé cual es tu nombre, tu nombre secreto es Ilusión.

La oscuridad se hace repentina sobre sus ojos sorprendidos y escucha su sentencia:
"Vivirás como un desesperado, y en las largas noches que presienten el desierto entrarás en la Soledad que es tu reino". 

Cree, pero no lo sabe -y reflexiona sobre ello en el infinito instante en que dura la oscuridad- que ha captado amargura en esa voz. Cuando finalmente puede abrir los ojos descubre los rasgos de la mujer que ha amado finamente esculpidos en la arena mientras una brisa suave comienza a desdibujarlos lentamente.

Deja caer una sola lágrima sobre la figura desvanecida y toma el anillo de plata que ella llevaba en su siniestra. Alza la mirada y la fija en las ruinas de los edificios que señalan el final del desierto. Siente un ardor en la garganta que reconoce como sed y comienza a caminar.

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