sábado, 24 de abril de 2021

SABLE VIII

 

-SABLE VIII-

Interludio (continuación)

 

La única referencia que tenemos de Eyanael es la que nos trae El Tarmadón. La referencia, por supuesto, no es precisa, aunque intuimos que se trata de un sueño, un soñador y una sombra. Todo a la vez. Con todo, Eyanael es lo más parecido que tenemos a la idea de un dios padre. Antes hubo otras religiones, al menos hasta que apareció El Tarmadón. Sin embargo, y esto es lo confuso, El Tarmadón ha existido desde siempre. Si creemos sus palabras -yo prefiero no hacerlo, yo prefiero creer en el cristo en la cruz- solo somos sombras.

El Tarmadón también nos refiere otra cosa. Nos insinúa, en la medida en la que un libro que nunca es el mismo puede hacerlo, que hay algo más; que Eyanael no es el único, y que podemos llegar a conocer la realidad detrás de las sombras. Para ello lo único que tenemos que hacer es despertar. A Eyanael no le gusta que sus sombras se despierten, no le gusta porque las necesita, no le gusta porque se le desquicia el plan que tiene y que necesita que se ejecute porque, por encima de todo, Eyanael necesita comprender.  

  El chico que ha estado a punto de ser arrollado y ahora comienza a ver la totalidad de lo que le rodea, es inmediatamente golpeado, un árbol intenta absorberlo en su tronco, la luz intenta ahogarlo, el suelo se hace líquido a sus pies. Eyanael se esfuerza, pero una criatura despierta es tenaz e insistente, sobre todo porque comprende las reglas de funcionamiento del mundo de Eyanael. Es entonces cuando él busca tomar el control de su cerebro, enceguecerlo, atemorizarlo, anularlo, para que pueda seguir desempeñando el papel que se le había asignado en el juego de Eyanael. Puede suceder entonces que el sujeto se rinda, o puede que insista y se sobreponga a Eyanael. A veces sucede. A veces hay quienes despiertan.

En el caso del chico, no había otra opción, por supuesto, al fin y al cabo, es un Noar.

Eyanael intenta controlarlo, y al intentarlo hace algo que nunca había hecho, lo desplaza. No sabe dónde, no sabe cómo, pero lo desplaza. Lo que sucede entonces le asombra a él mismo, pues el chico es lanzado a un desierto que alberga en alguna parte un sable que él codicia. Sin embargo, antes de que pueda hacer alfo, y entonces Eyanael conoce el temor, el camino al desierto se cierra, mientras la sombra de un auto lo atraviesa.

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