lunes, 27 de octubre de 2008

LEYENDA DE ATÓN

Relato escuchado a un cuentero en la Plaza de San Francisco.

Dicen que se armó la chupamelculo aquella noche legendaria porque el hombre de negro que estaba sentado en la esquina del bar andaba cabreado, al parecer sin motivo alguno, y sólo esperaba una pequeña digresión en el espacio-tiempo para desatar su ira.
Entró, al menos eso cuentan, Cuando “Puto´s” recién había abierto. Depositó su armadura sónica sobre la barra, en gesto de antinatural confianza, y pidió una botella de whisky barato porque a esa hora aún no servían maistock; y cigarrillo tras cigarrillo fue encendiendo sus ojos a medida que el bar se iba llenando. Cuando la hembra de ojos verdes y curvas sensuales entró fue el único que no volteó a mirarla. Y aunque algunos se dieron cuenta nadie sospecho nada excepto el guitarrista de la banda que se metió un pase para conjurar el escalofrío.
Nadie notó tampoco la llegada del pirobito de arete dorado y cabello recortado a la moda con su grupo de mansitos porque fauna como esa era habitual en el chuzo, además el pogo era fuerte y el animo esta alegre, aunque quizás el de negro lo supo, a pesar de que iba en su tercera o cuarta de maistock, pero esos son sólo rumores.
Cuando el pendejo del arito, dándoselas de conquistador, invitó a la hembrita de mirada esmeralda a un marciano todo el mundo se timbró, incluso el aromático humo de los baretos que algunos habían encendido cayó en el silencio. Todos sentían que en el ambiente se movía algo grande pero no podían imaginarse que tan grande. El de negro nada más levantó la mirada que hasta ese momento había mantenido clavada en el vaso de licor. Incluso el más lerdo de todos sintió en ese momento un corrientazo capaz de freírles el culo y el guitarrista de la banda decidió que era tiempo de otro pase, pero de ahí no pasó la cosa y todo el mundo volvió a su película.
Los que se hicieron los tarumba, que fueron los que quedaron para contar el cuento, dicen que si al pirobo no se le hubiera ocurrido ponerle la mano encima a la hembra nada había pasado, pero con tanta carne de buena calidad al frente son pocos los que se resisten.
Nadie se explica como el hombre de negro supo lo que estaba sucediendo, quizás tan sólo captó en el aire que el de arito iba en busca de ligue y pensaba haberlo encontrado. El caso es que se irguió en toda su altura que no era poca, con los ojos encendidos como hierro al rojo vivo y exudando un calor tal que abrasaba el corazón de los que encontraba a su paso. Se dirigió hacia el lugar donde estaban el pirobo y la hembra con un andar tambaleante que, aseguran, no era propio del maistock. A pesar del silencio que se hizo, tan denso que se hubiera podido cortar con un cuchillo, no se escuchó ninguna palabra; aunque claro, eso no importaba. De alguna forma se sabía que él de negro no había alzado la voz, incluso cuando se piensa mejor, es posible que ni siquiera hubiera hablado. Pero el de arito se envalentonó porque andaba con su combo, o porque tenía miedo, quienes estuvieron ahí no se atreven a decirlo, e hizo lo que nadie con dos dedos de frente hubiera hecho, empujó al hombre de negro. Nadie supo de donde salió e cuchillo de piedra que de un momento a otro el de negro tenía entre sus manos. Pero eso es lo último coherente que se supo. Lo demás fue tan sólo una barahunda, cuentos de viejas, o de niños que es peor.
Dicen que cuando el barman iba a sacar el bate para ponerle fin a todo de la manera tradicional, la hembrita saco un boquifrío y sin pensárselo dos veces le voló la mano al barman, luego comenzó a disparar a diestra y siniestra sin importarle a quien tumbaba. Mientras tanto él de negro no se quedaba atrás e iba decorando con sangre fresca y una que otra tripa el piso de Puto`s.
En ese momentos e oyeron las primeras sirenas. Los que se hicieron los tarumbas pensaron que ahí se había acabado todo, que la hembrita y el de negro no pasaban de ahí. Pero, claro, se habían equivocado. El de negro recuperó su armadura sónica y la hembrita recargó el boquifrío. En cuanto se asomaron a la puerta los tombos los agarraron a plomo pero parecían rezados porque más de uno cayó pero ni una sóla bala les dio a ellos.
Salieron por la puerta grande y unos cuantos pocos los vimos comos e marchaban, sin volver la vista atrás, sin mostrar miedo, como un par de guerreros, como todos unos Hijos del Neón.

1 comentarios:

Marta Rengifo dijo...

Este es el mejor de los tres últimos artículos. Original.