lunes, 9 de marzo de 2009

¿Tecnofolclore?

Pretendía salirme de la discusión sobre mitos y folclore con una breve pero útil bibliografía sobre libros y autores recomendados para quien quisiera ahondar más sobre el tema. Sin embargo, una muy buena amiga mía, me ha cortado por lo sano preguntándome si consideraba la existencia actual de un tecnofolclore.
La pregunta es espinosa, cortopunzante y esconde la más perversa de las intenciones, de eso estoy seguro. Afirmo esto porque para un lego como yo hablar sobre este tipo de temas es físicamente doloroso. Casi puedo escuchar como mis neuronas van reventando una a una mientras elucubro sobre estos temas académicos. Quienes me conocen saben que soy uno de esos escritores perezosos, de aquellos a los que no les gusta ahondar ante el origen de las historias o el complejo de Edipo o esas cosas. En las últimas semanas sin embargo, y a costas de un futuro aneurisma (lo sé, esta ahí esperando) me puse a repasar viejas reflexiones en polvorientos libros que no leía hace como un millón de años y todo por culpa del dichoso libro de mitos (ya terminado), de Isabel (quien insistió en espolearme) y de D. (quien ahora debe estarse riendo de lo lindo en tanto yo me reviento la cabeza aunando todos estos cabos sueltos).
A pesar de mis lecturas de mitología comparada (que me mataron cualquier esperanza de creer en dios) seguí creyendo durante mucho tiempo que la mitología era un tema muerto y enterrado, en el cual sólo se interesaban sesudos estudiosos de la talla de Levi Strauss, Eliade o Campbell. Sin embargo una tarde mientras escuchaba a un grupo de amigos hablar sobre la última sesión de Vampiros (un juego de rol, aclaro para los que no son ñoños) me puse a reflexionar sobre el asunto.
Mis amigos hablaban con la propiedad de héroes épicos acerca de razas de vampiros, combates, artilugios mágicos, armas de nombres impronunciables, y hechizos en latín. Mientras tanto yo iba arrebujado en la esquina más incomoda del viejo escarabajo en el que viajábamos sin entender un tres de todo aquel galimatías. No sólo descubrí que ellos tenían todo un lenguaje especializado sobre el tema sino que poseían un saber que les era propio y una sabiduría tribal desde la cual veían el mundo. Desde ese momento me aventuré con espíritu de antropólogo a estudiar que diantres era un juego de rol, como funcionaba y, en resumidas cuentas, de que iba todo aquello. Lo que descubrí me sorprendió. Sus conversaciones, sus historias, su lenguaje tenían un deje de mitología que no podía con ello. Es decir, aquellas historias dejaban pronto de ser un juego para pasar a ser parte de un cumulo de narraciones compartidas que les eras propias y que en muchos casos sólo ellos podían comprender sus simbolismos y alcances. Mis amigos no eran primitivistas, les encantaban los juegos de computadora, salían cada vez que podían a tomarse unos tragos y a buscar un buen ligue y adoraban la vida en la ciudad más que cualquier otra cosa en el mundo. Eran freaks, es cierto, pero freaks funcionales y a ratos en todo caso.
Comparé todo lo que vi y lo que viví (no se puede escapar del juego de rol) y lo comparé con los estudios de Campbell y de Eliade y descubrí que sus historias se adaptaban de cabo a rabo con la sistematización que de los mitos realizaban ese par de académicos. Concluí entonces que la mitología no estaban muertas, indagando más en el asunto y en la literatura fantástica me di cuenta que muchos de los símbolos de la actual ciencia ficción y literatura fantástica contemporánea se correspondían con las antiguas mitologías.
Hoy en día sigo creyendo lo mismo. Los mitos siguen produciéndose aún hoy en día, los antiguos símbolos siguen perviviendo en nuestros relatos y nuestras creencias, seguimos intentando organizar nuestro mundo a través de palabras y ritos que compartimos entre unos pocos de nosotros. Y puntualizo, entre unos pocos de nosotros. No creo, bajo ningún concepto, que la tan mentada globalización pueda hacer que unifiquemos todos nuestros sistemas de creencias bajo unos relatos globalizantes que nos sean comunes a todos. Vivimos en una era de tribus urbanas que comparten valores, ritos y creencias que aunque simbólicamente se puedan corresponder con los de otros grupos, difieren en forma, objetivos y características tanto como la mitología nórdica difería de la griega y esta de la judía o la africana.
¿Podemos llamar a ese conjunto de creencias tecnofolclore? Creo que es un nombre tan bueno como cualquier otro, creo que se puede adaptar ya que nuestra época está tan mediada por los avances tecnológicos que influyen en las formas de nuestros relatos más íntimos y pesadillas más oscuras.
Estoy atento a cualquier pregunta que quieran realizar, pero ojo, ustedes serán los responsables de mi aneurisma.

1 comentarios:

Marta Rengifo dijo...

Creo que toda la parte del juego de rol sobra. Es verdad, te metiste en camisa de once varas. pero podías haber contestado en un párrafo. Escogiste el ejemplo más cercano a ti y (ojalá me equivoque) el más lejano a tus lectores