sábado, 18 de abril de 2020

CASTILLO



     Se encerró en su castillo como el príncipe Próspero en su palacio. Pero en lugar de habitarlo con todos sus súbditos para una última e infame orgía, él decidió habitar cada cuadro con sus recuerdos. Afuera la raza humana decaía y se iba agostando poco a poco, sin sufrimiento, pero también sin esperanza alguna. A él ya no le podría importar menos el futuro. Descendida Leonora al sepulcro, sólo le quedó rememorarla. Día tras día y noche tras noche se sumergía en sus recuerdos. Afuera, el mundo se resistía. Sin esperanza, pero resistía. La humanidad no sabía ser de otra forma.

     Él se desliaba solitario en el laberinto de pasillos y escaleras de su castillo; sumergiéndose en las botellas de vino de su cava y declamando poemas antiguos. ¿Acaso no era su risa la que provenía del comedor?, ¿acaso no era ella con el vestido rojo a que atravesaba el pesillo del fondo?, ¿no se oía cómo se iba llenando lentamente la tina? 

     Leonora había amado la humanidad, y por intermedio de ella, él había sentido lo mismo. Afuera ya no estaba la sonrisa de Leonora, sólo la gente que ya sólo moría sin exhalar un quejido, sólo caía, como disculpándose por importunar sus pensamientos. Alguna vez él había sido un científico. Tal vez, podría recordar cómo serlo. Así que se puso en ello, con la misma ferocidad que se puso al lado de Leonora para cuidarla en su enfermedad. ¿No decían esos sus votos?, ¿en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte…?

     Se afanó. El tiempo que antes gastaba en beber y en recordar, lo gastaba ahora en probar anticuerpos y cadenas virales y burlando las contraseñas del ARN. Finalmente descubrió, no solo la cura contra la enfermedad, si no contra toda enfermedad. La probó en sí mismo y salió del castillo a buscar personas, cualquier persona para compartir su cura. 

     No hubo nadie, por supuesto.

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