sábado, 4 de septiembre de 2021

GUARDIÁN II

 

 

Donde acompañamos a David con su obsesión por las espadas y conocemos algo de su cotidianidad.

 

 

Desde aquel momento te comenzaste a fijar más en las espadas. Alucinaste cuando tu amigo Yasel te contó que uno de los regalos que había recibido por su matrimonio había sido una espada. Quisiste saber más, pero Yasel no te dijo más. No podía. El remitente era anónimo y, sinceramente, no podía importarle menos. Solo añadió que era preciosa, y que el trasto ese -así le llama él- siempre parece terminar de su lado de la cama.

Así que comenzaste a interesarte por las espadas y de un par de producciones de época te birlaste un par de reproducciones; en un viaje a Toledo te compraste una espada medieval que te costó un ojo de la cara, y que sospechas que ha de ser una copia, pero no lo sabes, no podrías saberlo. Es cierto, sin embargo, que pusiste todo tu empeño en las clases de esgrima para la película medieval que firmaste, pero era de romance más que de otra cosa y a sumo blandiste la espada de caucho un par de veces. En esa ocasión las grandes escenas no fueron hechas para ti.

En las noches de tormenta, sin embargo, a veces sientes el impulso de caminar en medio de las calles buscando un oponente digno. Recurres al coñac en su lugar, pero a veces el impulso es más fuerte de lo que esperas y te lanzas en tu beeme a toda velocidad. Así la conociste a ella, así casi te despides de ella. Así obtuviste una espada que no sabes de dónde viene, aunque a veces sospechas de Yasel. Una espada preciosa para la que no encuentras palabras que la describan.                                             

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