sábado, 26 de marzo de 2022

AXZNEL XI

 



No confíes nunca en quien se refiera a sí mismo como mago. Es la mejor manera de saber que es un farsante. El verdadero mago trabaja en las sombras, busca reducirse a ser nadie, nada. Yo era un mago, los hermanos me reconocían como tal, pero no había entendido nada. Tuve conmigo uno de los objetos más poderosos de mi realidad, aquel que tenía la formula precisa -en alguna parte, si hubiese sido paciente, si hubiese sido eficaz- para derrotar a Axznel y al mismísimo Eyanael, para haber impuesto mi realidad sobre la suya, y ni siquiera había sabido reconocerlo.  Yo solo había visto una curiosidad de feria en un objeto de poder. Por primera vez reconocí mi arrogancia y traicioné todo lo que creía al saberme ignorante; quedé de entregarle El Tarmadón a Axznel la noche siguiente. Fue entonces también cuando hice mi promesa de retirarme lejos de lo que conocía.

A la mañana siguiente comencé a ordenar lo que llamaba hogar. Hablé con algunos hermanos y mencioné que pronto saldría en un viaje. Ordené algunos libros en una mochila, aparté El Tarmadón, que reverberaba con luz propia, sobre la mesa, y dispuse de lo mínimo que necesitaría para sobrevivir. La cabeza siempre abajo reconociendo mi ignorancia y humillación.

Comenzaba a barrer mi estudio cuando algo rompió la ventana y después la pared del otro lado del cuarto. No pude ver nada mientras me tiraba al suelo protegiéndome la cabeza. Cuando me levanté pude ver, a través de lo que quedaba de mi ventana, perros dimensionales que se acercaban desde el bosque. No podía parpadear. Se suponía que los perros dimensionales eran criaturas míticas de las que se habían avistado uno o dos a través de los milenios y en condiciones extrañas. Lo que tenía ante mis ojos era una jauría completa a la luz de la mañana.

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