sábado, 9 de agosto de 2008

Kalí y yo.

Me gusta subir a la habitación y encontrar a Isabel dormida, comenzar lentamente a acariciarla, a recorrer el perfil de su cuello y detenerme en sus pechos, besar su espalda hasta detenerme y con mis manos bajar a su vientre. "No sé por qué me deseas - me dice- estoy hecha una marrana". Isabel no puede saber como la veo con sus cuatro meses de embarazo, no sabe hasta que punto eso no me importa. Me importa en cambio que noto callos en la punta de mis dedos.
Durante la última semana he estado escribiendo en una vieja máquina de escribir portatil con teclas de plástico, a la que le he nombrado "Crhistine" ya que parace tener vida propia. Tres errores y toda la página se va para la basura. Tengo que insertar de nuevo la hoja y en la reescritura me doy cuenta de los errores que de otra manera tendrían que esperar hasta la aparición de mi editor o una piadosa relectura que no me gusta hacer. Tengo una teoría ahora: cualquier escritor que este comenzando debería hacerlo con una de esos monstruos pesados del siglo pasado. Te sacan callos y la puta madre pero te enseñan a escribir. Creo que soy un mejor disparaletras ahora que lo que era hace una semana. Y eso es curioso, "Crhistine" me ha devuelto algo de la humildad que necesitaba (humildad, no modestia. la modestia siempre sera falsa no importa que alguien asegure lo contrario. Decir falsa modestia es un pleonasmo) para volver a escribir.
Sin embargo a mi esposa no le importan en este momento los callos. Mientras mi mano se sumerge en la sima arrancándole pequeños gemidos (espero que sean de placer sinceramente)ella espera otra recompensa, la de saberse satisfecha, amada, Única.
Sin embargo esto último ya no se lo puedo asegurar. Mi pequeño cruce de cartas con Simone me han hecho entender que de alguna manera en los años que llevo persiguiendo a Los Hijos del Neón, la ciudad se me ha ido incrustando en la piel, en la carne, en las venas. Soy otro y no tiene nada que ver en ello tener una editorial fija con la cual trabajar ni tener libros traducidos a más de 20 idiomas sólo en el último año. Seguir a Los Hijos del Neón, leer el Tarmadón, hundirme en las zonas de Violencia Controlada, visitar taz-Nel, Ucrania, Madein, han ido depositando en mi conciencia una suerte de salvajismo atávico, un cínismo del que sólo me salvan el amor por Isabel y el niño que esperamos.
Ahora, por supuesto, ese enigma autodenominado Simone, también ha despertado nuevas preguntas y rabias. ¿Cómo se puede ser tan ciego?, ¿cómo no se puede ver esa bestialidad que nos respira en la nuca a cada paso que damos?, ¿Cómo ser tan optimista en cualquier caso?
Lo único que quisiera ahora sería beberme una copa de Maistock. No dos ni tres, sólo una.

1 comentarios:

Marta Rengifo dijo...

Me encantan los artículos así: completos. No les falta nada. No sobra nada.