viernes, 31 de octubre de 2008

ZV58a3: UN VISTAZO AL INFIERNO. ARTICULO PUBLICADO EL NÚMERO 249, FEBRERO DE 2008 EN LA REVISTA TRUMAN CAPOTE POR LA PERIODISTA LUISA FERNANDA ANGEL.

Kalí es una ciudad tropical ubicada a menos de una hora del océano pacifico en la que sus calles parecen trazadas por Picasso y Dalí en una noche de embriaguez. Sin embargo mientras se transcurre por ellas no se puede dejar de notar la calidez de su gente así como su disposición inmediata para cualquier actividad relacionada con el ocio, especialmente si tiene que ver con el baile y el aguardiente. En sus ojos se nota una disposición de amabilidad, civismo y miedo.
El miedo apareció en Kali hace poco más de cinco años con lo que entonces parecía una idea magistral del alcalde de aquella época, las Zonas de Violencia Controlada. Con ellas se buscaba delimitar con claridad los cinturones de miseria que la rodeaban como a toda ciudad principal para así encontrar mejores soluciones a los problemas que tenía. Sin embargo seis meses después se comenzaron a perfilar como núcleos de una violencia extrema.
Si bien desde su existencia como cinturones de miseria en donde se agrupaban desplazados, marginados, drogadictos y pandilleros la violencia era un pan de cada día; la presencia de fundaciones de interés social, organizaciones no gubernamentales y grupos internacionales de apoyo a menores y mujeres cabeza de hogar hacían el hambre y la necesidad medianamente llevaderas al tener un poco de esperanza.
La idea del gobierno municipal fue llevada a cabo como un experimento por un grupo de sociólogos, antropólogos y psicólogos sociales. La primera fase del proyecto consistía en cerrar las inmigraciones a los cinturones de miseria para tener un control sobre el número de habitantes y sus necesidades básicas. Sin embargo al iniciarse la nomenclatura de los sectores se observó un efecto colateral no esperado. Así muchos barrios aledaños a las nuevas ZVC comenzaron a aislarse con mallas, muros y cercas para diferenciar su condición de las de sus vecinos. Aunque en un principio las autoridades declararon estas medidas como extremas e ilegales, diferentes recursos legales obligaron al gobierno municipal a permitirlas y reconocerlas. Hoy en día las ZVC permanecen encerradas con mallas y alambres de púa en un sentido más que físico. Al entrar en ellas se puede sentir un ambiente diferente, más hostil, más callado. Los ojos de las personas reflejan el recelo y la miseria.
La más representativa de las Zonas de Violencia Controlada es la ZV58a3 que abarca los antiguos barrios del Vallado, Manuela Beltrán, El Retiro, Mojica, Charco Azul y Comuneros. Para entrar a unos de estos sectores marginados es necesario acudir a instancias departamentales y municipales, firmar un documento en el que se descarga a las autoridades de cualquier responsabilidad sobre la vida o la muerte del curioso. La ZV58a3 es peor que una tierra de nadie, es el hogar no reconocido de “Los Hijos del Neón”, cuyos hechos han dado la vuelta al mundo. De hecho son ellos quienes dan la verdadera autorización para nuestro ingreso.
Las vías de la ZV58a3 son poco más que caminos de herradura a cuyos costados se alzan tugurios como tumores putrefactos. A la vera de estas viviendas se pueden encontrar tanto ancianos drogados como perros hambrientos o cadáveres de muñecas. Innumerables niños, todos ellos con el vientre hinchado, signo inequívoco de la desnutrición, nos miran con vacuidad elevando sus manos suplicantes hacia nosotros. Las moscas vuelan por doquier introduciéndose a la menor oportunidad en las bocas y las fosas nasales de personas y animales. A nadie parece importarle.
Tres jóvenes, con el torso descubierto, taparrabos sobre los jeanes sucios manchados de sangre y armados con lanzas rematadas en puntas de piedra, nos siguen para protegernos. No hablan pero la sonrisa a flor de piel parece confirmar toda la impiedad y alevosía que le atribuyen los medios. La sensación de caminar en Calcuta se incrementa con cada paso que se da, al esquivar heces y cadáveres de animales ya irreconocibles por su nivel de putrefacción.
Pero la idea de una Calcuta en cuyo corazón se pudiese encontrar a una Madre Teresa se pierde por completo al ingresar a lo que parece ser una plaza central rodeada por estacas coronada por cabezas tanto de animales como de seres humanos. Es en este lugar donde se encuentran Los Hijos del Neón.
Aparentemente ellos no sienten ningún recelo, por el contrario responden las preguntas que se les formulan y posan para las cámaras con arrogante displicencia. Un grupo de aproximadamente 450 jóvenes que oscilan entre los 8 y los veintitantos años de edad, conformado por hombres y mujeres en aparente igualdad, es el corazón canceroso de este sector donde parece no existir un lugar para la esperanza. Un sector que se abandona con el corazón oprimido y lágrimas ardientes en los ojos.

1 comentarios:

Marta Rengifo dijo...

Los leí todos. Me gustaron. Se me van llenando las ganas de saber más.