Imagen tomada de Stephanie Law
El mundo era un lugar recién hecho cuando
el Arcángel Gabriel holló el suelo con sus pies. Los colores acababan de ser
inventados y ninguno de ellos tenía nombre todavía. El mundo era un lugar
tierno y Dios lloraba sobre él.
- ¿Por qué
lloras? – preguntó Gabriel conmovido. La eternidad era larga, y en ella el
rostro de Dios siempre había sido inmutable.
- Porque
mis tiempos son perfectos.
- No te
entiendo Señor – respondió Gabriel, y sus pestañas acariciaron sus mejillas al cerrar
los ojos.
- He creado
el mundo y he creado al hombre Gabriel. Y para ti es hermoso, porque para ti
solo existen en este instante; pero yo veo también su primer error y sufro por
ello. Sufro porque su primer error será mi primer dolor, y luego será mi
primera ira, y luego ellos conocerán el dolor, y la ira, y el amor.
- ¿Pero no
habrá valido la pena todo ese sufrimiento para que ellos conozcan el amor? –
preguntó Gabriel.
- El
problema es que son imperfectos. A tu manera solo ven el tiempo un segundo a la
vez. Yo veo en cambio la primera traición, la primera muerte y la primera
maldición, todo al mismo tiempo. Y después de milenios de pecado y muerte y
dolor, buscaré eliminarnos de la faz de la tierra. Y sin embargo, sin embargo
Gabriel – aquí la voz de Dios vaciló- les daré otra oportunidad, los dejaré
navegar sobre las aguas y finalmente, después de milenios de terca arrogancia,
les daré a mi hijo para que lave sus pecados, y aun así no entenderán.
- ¿Por qué
no los eliminas entonces de una vez de la faz de la tierra? – preguntó entonces
Gabriel, intentando retener a duras pena las lágrimas que pugnaban por escapar
al ver el dolor inmenso en el rostro del creador.
- Porque
entonces, Gabriel, ¿qué sentido tendría todo? – respondió Dios, y su rostro se
iluminó con una sonrisa que hizo brillar la creación entera, mientras ponía a
la mujer al costado del hombre.
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