viernes, 16 de noviembre de 2018

AÑO 0



Imagen tomada de Stephanie Law
 
     El mundo era un lugar recién hecho cuando el Arcángel Gabriel holló el suelo con sus pies. Los colores acababan de ser inventados y ninguno de ellos tenía nombre todavía. El mundo era un lugar tierno y Dios lloraba sobre él.
- ¿Por qué lloras? – preguntó Gabriel conmovido. La eternidad era larga, y en ella el rostro de Dios siempre había sido inmutable.
- Porque mis tiempos son perfectos.
- No te entiendo Señor – respondió Gabriel, y sus pestañas acariciaron sus mejillas al cerrar los ojos.
- He creado el mundo y he creado al hombre Gabriel. Y para ti es hermoso, porque para ti solo existen en este instante; pero yo veo también su primer error y sufro por ello. Sufro porque su primer error será mi primer dolor, y luego será mi primera ira, y luego ellos conocerán el dolor, y la ira, y el amor.
- ¿Pero no habrá valido la pena todo ese sufrimiento para que ellos conozcan el amor? – preguntó Gabriel. 
- El problema es que son imperfectos. A tu manera solo ven el tiempo un segundo a la vez. Yo veo en cambio la primera traición, la primera muerte y la primera maldición, todo al mismo tiempo. Y después de milenios de pecado y muerte y dolor, buscaré eliminarnos de la faz de la tierra. Y sin embargo, sin embargo Gabriel – aquí la voz de Dios vaciló- les daré otra oportunidad, los dejaré navegar sobre las aguas y finalmente, después de milenios de terca arrogancia, les daré a mi hijo para que lave sus pecados, y aun así no entenderán.
- ¿Por qué no los eliminas entonces de una vez de la faz de la tierra? – preguntó entonces Gabriel, intentando retener a duras pena las lágrimas que pugnaban por escapar al ver el dolor inmenso en el rostro del creador.
- Porque entonces, Gabriel, ¿qué sentido tendría todo? – respondió Dios, y su rostro se iluminó con una sonrisa que hizo brillar la creación entera, mientras ponía a la mujer al costado del hombre.

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