viernes, 30 de noviembre de 2018

ÉL



Su primera víctima fue el gato. En cuanto lo vio corrió hacía él y no descansó hasta que lo tuvo contra la pared, la mano en la tráquea hasta el momento en que se quedó quieto. Entonces, procedió a desmembrarlo con cuidado. Primero las patas de arriba, luego las de abajo. La cola se la envolvió en la mano y la arrancó de un tirón para amarrársela colgando de su cinturón. Por último cortó la cabeza, que voló en un arco limpio de un lado a otro de la habitación. Luego vio al hombre vestido de vaquero que se había quedado congelado con una sonrisa de horror en el rostro. No lo pensó dos veces, se lanzó sobre el vaquero y solo con los dientes le arrancó el cuello.

Una vez terminó se quedó quieto recuperando la respiración. Luego movió la cabeza a lado y lado y vio el cabello rubio que se dejaba adivinar detrás de una silla. Cogió carrera y pateó el balón que tenía cerca, de tal manera que rebotó contra la pared y luego derribó la figura femenina que fue arrastrada por el piso. Él sonrió al verla. Una de esas sonrisas sesgadas. No le dio tiempo a nada, se lanzó contra ella como un toro contra la capota de tal manera que cuando chocaron, su cuerpo la proyectó de nuevo contra la pared, desde donde cayó desmadejada. No sintió piedad alguna tampoco. Ganó en habilidad en contraste con el gato, de tal manera que lo que había sucedido en minutos la primera vez, sucedió ahora en cuestión de segundos. La línea salvaje en su rostro se abrió un poco más dejando ver unos dientes amarillentos, mientras oteaba en busca de una nueva presa, pues su ira aún no había sido saciada. Fue entonces cuando Firulais apareció.

No era la primera vez que se enzarzaban en lucha, pero ambos esperaban que fuera la última. Se miraron en silencio denodado, los labios de ambos dejaron al descubierto, poco a poco los dientes. Ambos gruñían de manera cada vez más audible. De un momento a otro, sin previo aviso, pero como si hubieran respondido a una sola voz se lanzaron el uno contra el otro. Las fauces de Firulais abiertas, los brazos como tenazas los de él. Chocaron formando un solo nudo que se fue rodando primero hacia el sofá y luego contra la mesa de noche, esquivando por poco un florero que se estrelló contra el piso derramando por toda parte agua y flores. Es ese mismo momento Firulais escapó de sus brazos, en tanto el gritó lo llamaba al orden: Jorge, ¿qué te dije? Cuando termines de jugar recoges tu reguero y cuando llegue tu papá le dices del jarrón.

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