Su primera víctima fue el gato. En cuanto lo vio corrió
hacía él y no descansó hasta que lo tuvo contra la pared, la mano en la tráquea
hasta el momento en que se quedó quieto. Entonces, procedió a desmembrarlo con
cuidado. Primero las patas de arriba, luego las de abajo. La cola se la
envolvió en la mano y la arrancó de un tirón para amarrársela colgando de su
cinturón. Por último cortó la cabeza, que voló en un arco limpio de un lado a
otro de la habitación. Luego vio al hombre vestido de vaquero que se había
quedado congelado con una sonrisa de horror en el rostro. No lo pensó dos
veces, se lanzó sobre el vaquero y solo con los dientes le arrancó el cuello.
Una vez terminó se quedó quieto recuperando la
respiración. Luego movió la cabeza a lado y lado y vio el cabello rubio que se
dejaba adivinar detrás de una silla. Cogió carrera y pateó el balón que tenía
cerca, de tal manera que rebotó contra la pared y luego derribó la figura
femenina que fue arrastrada por el piso. Él sonrió al verla. Una de esas
sonrisas sesgadas. No le dio tiempo a nada, se lanzó contra ella como un toro
contra la capota de tal manera que cuando chocaron, su cuerpo la proyectó de
nuevo contra la pared, desde donde cayó desmadejada. No sintió piedad alguna
tampoco. Ganó en habilidad en contraste con el gato, de tal manera que lo que
había sucedido en minutos la primera vez, sucedió ahora en cuestión de
segundos. La línea salvaje en su rostro se abrió un poco más dejando ver unos
dientes amarillentos, mientras oteaba en busca de una nueva presa, pues su ira
aún no había sido saciada. Fue entonces cuando Firulais apareció.
No era la primera vez que se enzarzaban en lucha, pero
ambos esperaban que fuera la última. Se miraron en silencio denodado, los
labios de ambos dejaron al descubierto, poco a poco los dientes. Ambos gruñían
de manera cada vez más audible. De un momento a otro, sin previo aviso, pero
como si hubieran respondido a una sola voz se lanzaron el uno contra el otro.
Las fauces de Firulais abiertas, los brazos como tenazas los de él. Chocaron
formando un solo nudo que se fue rodando primero hacia el sofá y luego contra
la mesa de noche, esquivando por poco un florero que se estrelló contra el piso
derramando por toda parte agua y flores. Es ese mismo momento Firulais escapó
de sus brazos, en tanto el gritó lo llamaba al orden: Jorge, ¿qué te dije?
Cuando termines de jugar recoges tu reguero y cuando llegue tu papá le dices
del jarrón.
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