sábado, 3 de noviembre de 2018

ESPEJO



Guerrillo, guerrillo; paraco, paraco, sentí que decía una voz mientras un enfermero traía un nuevo cuerpo a la morgue. No había tenido ningún descanso en las últimas 24 horas y mi instinto me decía que probablemente iba ser lo mismo. Espanté de nuevo el gato que llevaba merodeando la última hora y procedí a etiquetar el cuerpo que acababa de llegar y a hacerle una autopsia lo más rápido posible. Lo puse bajo las luces, le quité la sabana que lo cubría y lo observé con atención.  Era la doceava vez que me sorprendía en este último turno. De nuevo encontraba el cuerpo de un hombre trigueño de 1.75 cms de estatura, con una barba probablemente de tres o cuatro días y con un disparó con entrada en la frente y salida por el occipucio. Si no lo supiera imposible, hubiera pensado que se trataba de hermanos o incluso de la misma persona.

Guerrillo, guerrillo; paraco, paraco, volví a oír en un lugar detrás de mí. Me sentí confundido. Estaba solo, la morgue siempre está sola y fría. Miré de nuevo el cuerpo frente a mí y supe que no podía tratarse de una ejecución, pues no había rastros de pólvora en el orificio de entrada ni señal alguna de ataduras en las muñecas. No había mucho que añadí. Me sentí repitiendo una tarea hecha once veces con anterioridad, y procedí a  seguir con la mujer que me acababan de traer.

Guerrillo, guerrillo; paraco, paraco, volví a oír que decía, esta vez en algún lugar cerca del suelo, luego el maullido del gato. Me estoy enloqueciendo, pensé. Y no era la primera vez que lo hacía, los turnos de fin de semana eran aturdidores y más al ser el único forense en el pueblo. Aunque a esta altura del turno me sentía más trabajador de una fábrica que médico.  Un nuevo cuerpo, esta vez un niño. Muerto a machetazos.

Guerrillo, guerrillo; paraco, paraco, volví a oír que decía alguien y en esta oportunidad reconocí mi voz. No tuve tiempo de saber quien trajo el cuerpo esta vez, en cambió me volví a encontrar con el cuerpo de un hombre trigueño de 1.75 cms de estatura, con una barba probablemente de tres o cuatro días y con un disparó con entrada en la frente y salida por el occipucio. ¿Qué es esto?, pensé, ¿cuánto tiempo llevó haciendo esto?

Guerrillo, guerrillo; paraco, paraco, encontré que estaba diciendo por lo bajo. Volví a mirar con detenimiento el rostro del hombre en la camilla frente a mí. Por primera vez en mucho tiempo volteé a ver la pila de cadáveres que me rodeaba, los cientos de miles de cuerpos apilados unos sobre otros, en todas las posiciones posibles. Solo entonces recordé que el de la camilla era yo, que había sido el único forense de un pueblo olvidado de la mano de dios, y que mi única labor había sido declarar si el cuerpo que me entregaban era de un guerrillero o de un paramilitar.

Nadie puede soportar con honor esa labor por tanto tiempo. No si hay un arma cerca de él.

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