domingo, 6 de abril de 2008

DE ESCRITORES Y EDITORES II

Recuerdo hoy un texto de Roberto Bolaño, que leí poco después de su muerte, publicado en la revista El Malpensante. En esa época el texto me llamó la atención sólo por el título: Los Mitos de Cthulhu. Al leerlo sin embargo me fui desencantado del relato de fantasía cósmica que esperaba y en cambio me fui involucrando con la tenaz discusión en la que se enrollaba el autor respecto a la literatura, los escritores y las publicaciones.
Entre otros puntos planteaba que el escritor más legible en este momento de iberoamérica (o sólo de España, no recuerdo bien) era Arturo Pérez-Reverte. Esa palabra, legible, fue lanzada con una mortal intención, con una crítica amarga y peyorativa. Legible, decía él (y si no lo decía él en ese escrito, entonces lo digo yo ahora- y que quede constancia aquí que me gusta la obra de Pérez-Reverte-) debe entenderse como el escritor que puede seguirse de manera fácil, sin tropiezos, que conduce al lector al lugar que el escritor quiere, de manera sencilla, agradable y sin ningún esfuerzo; tan delicadamente como mantequilla en una sartén al fuego. Y agrego yo, tan sin ningún esfuerzo como sentarse a ver una telenovela o las comedias gringas.
Hay obras que no exigen nada del lector y están bien, cada lector tiene la obra que se merece. Hay personas felices leyendo a Corin Tellado o Isabel Allende; hay personas que buscan más autores como Cortázar, Borges o Pratchett; hay otros lectores que gustan más de Pérez-Reverte, Alexandre Dumas o H. P. Lovecraft incluso existen quienes leen con verdadero placer las obras de J.K. Rowling (recordemos la inolvidable serie de H.P.), Paulo Coehlo y Deeprak Chopra (si esta mal escrito no me preocupa). Por supuesto sin tal variedad de lectores la misma existencia de la literatura sería imposible.
Hay también dos formas de ver el oficio del escritor, la romántica y la pragmática. La mayoría de las exigencias de la primera hablan de un artista atormentado que vuelca su obra en el papel para exorcizar sus demonios, ejemplos de ellos van desde Baudelaire hasta Heminghway. La pragmática se ha impuesto desde hace algún tiempo y habla de la escritura como un oficio no muy diferente a la contabilidad, la promoción de lectura o el diseño gráfico. No hay una tercera línea.
La exigencia literaria (¿o más bien editorial?) del momento se decanta hacia la legibilidad del texto, hacia un acompañamiento, una consideración al lector que da hasta grima. ¿Hasta que punto consideramos que el lector ha de ser conducido como una criatura subdesarrollada que no es capaz de adivinar el sentido oculto de las palabras? ¿Hasta que punto lo consideramos digno de unas estructuras convincentes, verosímiles, apoyadas en realidades que no siempre encajonan con la nuestra, inteligentes que le esconde las pistas justo ahí a su alcance para que él arme la realidad?
¿Qué papel debe jugar el escritor dado este caso? ¿Esperar a ser famoso y reconocido para comenzar a considerar al lector de manera diferente?
La claridad está bien por supuesto. No se trata, como decía Eco en el Pendulo de Focault, de escribir borborigmos y ser famosos por toda la eternidad. Se trata de siendo claros considerar al lector como una persona inteligente, que sabe leer entre líneas, incluso entrecomas y guiones. Sino terminaremos consumiendo papillas predigeridas como los resúmenes de los análisis literarios que venden para estudiantes.
Personalmente me gustan los lectores que buscan obras que los reten, que no le dejen todo tan fácil. Me siento mejor, cambiando de lenguaje, con el espectador de El Laberinto del Fauno que con aquel que es feliz viendo 10.000 A.C. Creo que no me gustan los tontos en ninguna de sus presentaciones.
Se me ha acusado ya en demasiadas oportunidades (Mi querida Isabel es una de las acusadoras) que escribo para muy pocos. Me declaro culpable. Escribo para el mismo tipo de personas que disfrutan Hyperión, 62/ Modelo Para Armar, Moby Dick, As You Like It, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. No tengo nada contra los otros tipos de lecturas y de lectores, es sólo que el facilismo no me va.
P.D. Una cosa más, aunque es cierto que en toda obra se pueden encontrar estructuras y/o esquemas no es imposible la originalidad de tratamientos, voces, puntos de vista y lenguajes diferentes. El hecho de que la originalidad sea imposible no significa que no deben intentarse romperse los esquemas.
Recuerdo ahora el verso de Benedetti que justifica el hecho de que no se halla callado
¿es tan distinto,/tan necio, tan ridículo, tan torpe,/ tener un espacioso sueño propio/ donde el hombre se muera pero actúe/ como inmortal?.

P.D. 2. Por supuesto el tema ha sido desarrollado de manera confusa y no llega a ninguna conclusión real. Es un tema abierto donde todos están invitados a opinar:
¿Debe el escritor doblegarse ante la exigencia comercial?
¿Debe el escritor hacer sólo arte aun cuando sea este ininteligible?
¿Debe el escritor jugar el juego comercial, hacerse de un nombre y luego exigirle al lector?
¿Hasta que punto ser legible al escribir es considerar tonto a un lector?

P.D. 3. (lo que prueba que aún quiero decir mucho del asunto y que hay mucha tela para cortar) El final de Los Detectives Salvajes de Bolaño es uno de los más inteligentes y abiertos que he podido encontrar en libro alguno.
¿Qué es esto? –pregunta el narrador.
Y a continuación un recuadro realizado con líneas cortas.
Cada lector lo interpreta como quiere.

1 comentarios:

Marta Rengifo dijo...

Tu escrito es legible. ¡Se entiende! Me gustó mucho. Sigues siendo uno de mis escritores favoritos aunque no entienda algunas cosas de las que escribes.
Ahora, ya en serio, no he tomado partido ni de lo uno ni de lo otro. Pienso en que uno debe escribir lo que quiere, y que si lo hace mal no debe mostrarlo, eso sí. Pero... es que la edición... un editor, ese es uno de sus trabajos, debe saber qué le gusta al público.
Sigo pensando que estos temas son para otro blog pues te estoy escribiendo y no dejo de pensar en las pandillas de todos los estratos, en los peligros de internet, en los hakers, en los rateros, raponeros, cosquilleros, atracadores, falsificadores, limosneros, vendedores de dulces, limpiaparabrisas, "oficinas de vueltas", secuestradores, etc. de esta tierra de muertos.