sábado, 21 de agosto de 2021

EL DESPERTAR XII

 

-EL DESPERTAR XII-

Poco a poco el mundo se fue haciendo oscuro, como si fuera perdiendo su color, desvaneciendo. Pocas cosas tenían consistencia en ese momento: Por un lado, estaba el sonido de pasos que se acercaban, por el otro la mancha de tinta que parecía estar creciendo, y en el fondo de todo, el color blanquísimo de las páginas de El Tarmadón donde se dibujaba una sola frase: Aún así, hay quienes pudieron despertar. Lo otro, que pronto comenzó a apoderarse de todo fue el sonido enloquecido de su corazón.

Se obligó a respirar.

El detective Mario Martínez cayó de rodillas. La mancha de tinta ya se había apoderado de su mano y seguía extendiéndose como un tatuaje pintado por manos invisibles. Sin embargo, no dolía. Al contrario.

Martínez se supo en una pesadilla, buscó abrir los ojos y despertar. El sonido de su corazón era todo lo que podía oír. A lo lejos una puerta se abrió y unos viejos ojos grises lo contemplaron con curiosidad.

La mancha de tinta ya devoraba el antebrazo. Martínez supo que pronto sería solo caracteres en las páginas de El Tarmadón, una nota al pie en la historia de Eyanael. Quería que todo fuera muy pronto, quería olvidar. Al fin y al cabo, su vida no tenía la menor importancia en el mundo.

Entonces pensó en Carla.

Martínez se obligó a respirar. Pensó en la muerte de Carla, en la obligación que tenía de encontrar a su asesino; en la foto de Carla que tenía como punto de lectura en un libro que no quiso seguir leyendo porque le resultó demasiado doloroso.   

Supo que Carla también era un sueño, un simulacro; pero era el sueño, el simulacro que le obligaba cada día a salir de la cama y le forzaba a encontrar un poco de orden en el mundo, a dar unos pasos, a encontrar unas respuestas, a encontrar que la suma de uno más uno siempre ha de ser dos, sin importar si todo es un sueño, una pesadilla o un mero simulacro. La manca de tinta le llegaba a la altura de la nariz.

Martínez se dio cuenta que lloraba con los ojos cerrados. Se obligó a abrirlos. Todo lo inundaba una luz que daba su lugar justo a las cosas en el universo. El Tarmadón se deshizo como polvo frente a sus ojos. No hubo mancha, no hubo pasos, solo el sonido enloquecido de su propio corazón.

Martínez se levantó del sucio piso de la inspección, mientras poco a poco los sonidos volvían a llenar el mundo.

Al día siguiente, se dijo, al día siguiente encontraría al asesino de Carla.

                        FIN

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