lunes, 1 de septiembre de 2008

UN ADIOS

No hubo entierro. El feretro se fue por una cinta infinita que se dirigía hacia las fauces del infierno. No pude evitar la imagen del cuerpo de mi madre sentándose de repente y clamando porque se le dejara salir. Anoche esa imagen me despertó con un sudor frío.
Mi padre no me habla, dice que si no hubiera estado en esa maricada de poner mi vida en peligro a cada rato hubiera podido pasar más tiempo con mi madre y, sobre todo, la hubiera hecho sufrir menos. Yo ya no sé.
Alguna vez que hablé con ella me dijo que se sentía orgullosa de lo que estaba haciendo auqnue temía por mi y que todas las noches encendía una vela al Sagrado Corazón de Jesús para que me fuera bien. Mi madre no alcanzó a conocer a su nieto, creo que le hubiera caido bien.
Me fumo un cigarrillo ahora y enciendo una vela en la ventana para que ella no se pierda si quiere venir a visitarnos, a mi, a Isabel o a su nieto aún no nacido pero al que le hubiera gustado conocerla para jugar con ella al caballito, al gato y al ratón o a lo que sea que juegon los nietos con sus abuelas.
Te enciendo una vela madre, no quiero que pierdas el camino entre tantas sendas abiertas en este Tierra de Muertos.

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