ESPERA
Su
mamá le había pedido que le esperara afuera mientras reclamaba unos
medicamentos que necesitaba. Ya era un niño grande y podía esperarla unos
cuantos minutos. Además, todo hay que decirlo, era feo, así que no era muy
factible que alguien se lo robara. Eso, como otras mil cosas, solo podía
sucederles a los niños bonitos. Sin embargo, su madre nunca salió. Se dio
cuenta de que algo andaba mal, cuando la gente que quería entrar a la farmacia
era menos de la que salía. Se dio cuenta de lo terribles que estaban las cosas,
cuando el vigilante le preguntó acerca de su madre, y él le dijo que la estaba
esperando, que estaba adentro. El vigilante le dijo que aquello no podía ser,
que, como él mismo podía observar ya no había nadie adentro.
El
niño tuvo que reconocer que aquello era verdad, pero tampoco sabía qué hacer.
Desobedecer a su madre habría sido algo terrible, y ella le había dicho que le
esperara. Todo eso se lo dijo al vigilante, quien le invitó un chocolate de la
máquina, y luego le dijo que tenía que seguir órdenes así que lo puso en una
caja de objetos perdidos, donde, entre otras cosas, había una dentadura
postiza, dos relojes, un celular enorme, dos gatos, una niña pequeña y un
hombre muy viejo.
El
hombre muy viejo le dijo que él estaba esperando ahí desde que tenía la edad de
la niña pequeña. De acuerdo con lo que había entendido, ninguno de ellos tres
-no sabía si los gatos- había sido abandonado. Se trataba de que pertenecían a
espacios tiempos diferentes -eso lo había leído en una revista que alguien
había olvidado, pero por la que había vuelto unos días después-; que en algún
momento se habían desligado de sus respectivos espacio tiempos. El niño no
sabía qué decir. La niña solo los miraba. El viejo no tenía nada que añadir.
Así que se quedaron los tres en la caja de objetos perdidos hasta que alguien
los reclamara.
Andor Graut
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