viernes, 15 de febrero de 2008

2666


El setenta por ciento de la labor de un escritor es la lectura. Sin un escritor no lee es mejor que se dedique a vender verduras o a manejar un tranvía o, quizás, más verosímil aún, a cazar dinosaurios en el ártico.
Hace dos meses estoy intentando terminar de leer 2666, la póstuma novela de Roberto Bolaño. A decir verdad de este autor sólo comencé a oír poco antes de su muerte y lo leí en un artículo en el que se burlaba un poco de Perez-Reverte. Leí el artículo porque se llamaba “Los mitos de Cthulu” y aún hoy todavía me pregunto que tiene que ver con que.
Después de devorarme “Los Detectives Salvajes” (Isabel concluyó que no pasaba nada en y con el libro) decidí, entonces, seguir con esta mamotrética (se aceptan sugerencias sobre la tilde en esta palabra) novela. Me sorprendí. La primera parte parace una reescritura de “Los Detectives” con menage a troix incluido. La segunda y la tercera más interesantes, aunque ya no la recuerdo muy bien, acaso hablan de un periodista de boxeo y d un mexicano (otro) que no vive en México.. La cuarta parte un informe forense de victimas y victimarios. La quinta parte, una excelsa producción que hasta ahora no sé que tiene que ver con las otras. Repito, hasta ahora porque no he terminado de leer el libro.
Lo que atrapa de 2666, obra a la que seguramente le sobran muchas páginas, es ese engolosinamiento con los hechos y con los personajes. Esa escritura que exige de un lector dedicado a desentrañar enigmas y problemáticas, una obra que no se debe leer una vez sino varias. En fin una buena obra para las tardes de abatimiento es esta Tierra de Muertos.

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