miércoles, 27 de febrero de 2008

MAISTOCK

Pido disculpas a mis lectores, si aún los tengo, pero es difícil escribir a diario cuando se está en medio de un coma etílico.
Si bien es cierto que los escritores tenemos en alguna medida una justa fama de bebedores, también es cierto que no se resiste por igual todos los licores. Paso a referir la situación para ser bien entendido.
A finales de la semana antepasada decidí aprovechar que conocí hace algún tiempo a Skin, el líder de la autodenominada pandilla “Los Hijos del Neón” para realizar una crónica sobre él y su “revuelta” (así la denomina él, no yo) y ponerla en una de las revistas para las que trabajo ocasionalmente (No sólo de novelas, cuentos y poesía vive el escritor). Así que con su venia y la firma de la “Exoneración de responsabilidad a la fuerza pública” me sumergí en el hoyo nauseabundo que ha resultado ser la ZV58a3 (Zona de Violencia Controlada Número 58 del distrito a3 de Kalí). Después de algunas horas de conversación, dialogo y entrevistas grabadas a los diversos integrantes de “Los Hijos del Neón” fui invitado (si el termino puede aplicarse a ser llevado a empellones a una suerte de rancho de bahareque en donde quien no estaba bebido estaba drogado) a una de los rituales iniciativos de la pandilla. En ese lugar se me dio a beber Maistock, una combinación de, al menos, veinte licores diferentes matizados con una fruta de aspecto nauseabundo pero de un sabor tan fuerte que el alcohol queda por completo disimulado. El compuesto es tan fuerte que se reta a quien pueda beber una sola jarra cervecera de un solo trago sin caer en el intento.
Como buen bebedor, y no queriendo ser menos, acepté la apuesta con el resultado que ya todos conocen. A mitad de la jarra me encontré devolviendo todo el contenido de mi estomago sobre algunos de los miembros de la pandilla. El vértigo fue inmediato y las alucinaciones poblaron mi cabeza durante al menos dos días, tiempo después del cual me vine a despertar en una cama de hospital.
Mis notas y las grabaciones de la jornada se encontraban, afortunadamente conmigo. Hoy, ya no sé cuantos días después el dolor de cabeza aún no me abandona y sigo siendo alimentado por sondas.
Escribo esto desde el hospital. Isabel se halla a mi lado y me dice que ya es suficiente mientras maldice entre dientes mi obsesión por escribir.

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